Últimamente, tanto en consulta como en el colegio donde trabajo, noto un aumento alarmante en el número de niños y adolescentes con problemas de atención. Cada vez son más los alumnos que se acercan al despacho preocupados porque sienten que no pueden concentrarse, que les cuesta mantener el foco en el estudio durante más de una hora o que se distraen con una facilidad extrema.
La primera pregunta que les hago cuando vienen por este motivo es: ¿Cuántas horas al día usas el móvil? La respuesta es impactante. Hablamos de adolescentes de Bachillerato que pasan, de media, más de seis horas diarias frente a la pantalla de su teléfono. Y esto sin contar las seis horas que pasan en el colegio ni las aproximadamente ocho horas que deberían dedicar al sueño. Si sumamos todo, nos encontramos con alumnos que prácticamente pasan las horas “libres” mirando una pantalla.
Pero lo más preocupante llega cuando les pedimos que revisen su tiempo de uso durante el fin de semana. Ahí es cuando nos encontramos con cifras realmente alarmantes: alumnos que superan las diez horas diarias de pantalla.
Después, pretendemos que estos estudiantes mantengan la atención en clase y que estudien con eficacia. Y lo exigimos en un sistema donde las notas de corte para acceder a la universidad son cada vez más elevadas y, en muchos casos, exageradas.
La realidad es que no pueden hacerlo. Les estamos pidiendo un esfuerzo de concentración que su cerebro, no es capaz de sostener. Sin darnos cuenta, hemos fomentado una adicción silenciosa que ahora les pasa factura. Es en Bachillerato, cuando las asignaturas se vuelven más densas y el esfuerzo académico es mayor, cuando muchos se enfrentan por primera vez a la frustración de querer estudiar, pero no poder. De tener un sueño profesional y ver cómo se aleja porque su capacidad de atención no les permite alcanzarlo.
Es urgente tomar medidas. Debemos limitar el uso del móvil en adolescentes e impedir que los más pequeños lo usen. Es desgarrador ver a un bebé de un año en su carrito, paseando con una tablet en las manos. ¡Cuántas experiencias se está perdiendo ese niño! Sin darnos cuenta, o simplemente porque resulta más cómodo darle una pantalla que brindarle nuestra atención y nuestro tiempo, estamos condenando a estos niños a una dependencia tecnológica sin que ni siquiera hayan tenido la oportunidad de elegir.
El futuro de su educación, su desarrollo cognitivo y su bienestar dependen de las decisiones que tomemos hoy.
Es fundamental que establezcamos límites claros sobre el uso del móvil en nuestro hogar. Es recomendable crear zonas libres de pantallas, como en el comedor o en el salón, para que la familia pueda compartir momentos de calidad sin distracciones tecnológicas. Además, es importante establecer reglas para evitar el uso del móvil durante la comida y limitar su uso una o dos horas antes de dormir, para garantizar un descanso adecuado. También es esencial que el móvil no entre en la cama, ya que la cama debe asociarse únicamente con el descanso.
Fomentar actividades alternativas a las pantallas es clave para un desarrollo saludable. El deporte, las actividades al aire libre o el simple hecho de compartir tiempo en familia pueden ofrecer una variedad enriquecedora de experiencias, además de contribuir al bienestar físico y emocional de todos los miembros de la familia.
En cuanto al primer móvil, es recomendable retrasar su entrega tanto como sea posible. Cuanto más tarde reciban su primer dispositivo, mejor será para su desarrollo. Sin embargo, en situaciones donde sea necesario, como en el caso de padres divorciados que necesitan mantener comunicación con sus hijos, lo ideal es optar por un modelo básico, sin acceso a internet ni redes sociales, para evitar la exposición innecesaria a contenidos inapropiados.
Y no olvidéis, que vosotros, los padres sois siempre el modelo a seguir, lo que hagáis ellos lo imitarán.