Se acercan el final de curso y, como cada año, muchas familias viven con ansiedad el momento de recibir las calificaciones escolares de sus hijos. Algunos niños llegarán a casa orgullosos con sus boletines; otros, en cambio, lo harán con miedo, frustración o tristeza. Las notas escolares se convierten, para muchas familias, en una especie de juicio sobre el valor del niño, del esfuerzo hecho, incluso del estilo de crianza. Pero, quiero invitarte a mirar más allá.
Las notas son solo notas. No son un diagnóstico, ni un veredicto definitivo sobre el futuro de tu hijo. Son una medida parcial, limitada y muchas veces injusta de un momento concreto del rendimiento académico. No miden el corazón de tu hijo, su creatividad, su empatía, su capacidad de esfuerzo, su evolución personal ni los obstáculos que ha tenido que superar durante el curso. Por eso, es importante recordar que detrás de cada número hay una historia mucho más compleja.
Cuando ponéis todo el foco en las notas, corréis el riesgo de transmitir a los niños que su valor personal depende de sus resultados académicos. Frases como “¡Qué desastre de nota, me has decepcionado!”, “Tú puedes sacar más si te lo propones” o “Si no apruebas, no vales para nada” pueden parecer inofensivas, pero dejan una huella profunda en la autoestima infantil.
Muchos niños interiorizan el mensaje de que solo serán aceptados, reconocidos o queridos si obtienen buenos resultados. Esto puede generar ansiedad, miedo al fracaso, inseguridad o una autoexigencia desmedida. Además, si un niño se siente “etiquetado” por una mala nota —como “el vago”, “el torpe”, “el que nunca aprueba”— puede acabar creyéndose ese rol, lo que limita sus posibilidades de desarrollo y cambio.
Como adultos, sabéis que el éxito en la vida no depende únicamente del expediente académico. La perseverancia, la capacidad de adaptarse, la motivación, la gestión emocional y la creatividad son factores iguales o más importantes que las calificaciones. Sin embargo, en ocasiones se olvida esto y solo se presta atención al resultado final, sin valorar el camino recorrido.
Un niño que ha mejorado su actitud, que ha dedicado más tiempo a estudiar, que ha superado dificultades personales o que ha demostrado interés en aprender, aunque no haya alcanzado la nota “esperada”, merece reconocimiento. Cuando premiáis el esfuerzo más que el resultado, estamos fortaleciendo su motivación intrínseca, ayudándole a construir una mentalidad de crecimiento y enseñándole que lo importante no es ser perfecto, sino avanzar cada día un poco más.
Los padres y madres jugáis un papel fundamental en cómo los niños interpretan sus logros y fracasos. Cuando reciben una mala nota, necesitan sentir que su casa es un lugar seguro donde pueden hablar sin miedo. No se trata de ignorar las dificultades ni de restar importancia a lo académico, sino de acompañar con empatía y ofrecer herramientas para mejorar.
Algunas preguntas que pueden ayudar en estos momentos son:
- ¿Cómo te sentiste al ver esa nota?
- ¿Qué crees que te ha costado más?
- ¿Qué podrías hacer diferente la próxima vez?
- ¿En qué necesitas ayuda?
Estas preguntas fomentan la reflexión y el aprendizaje, en lugar de generar culpa o vergüenza. Además, abren la puerta a conversaciones más profundas sobre hábitos de estudio, emociones, dificultades personales o necesidades específicas que quizás no habían salido a la luz.
El sistema educativo tiende a medir a todos los niños con la misma vara, pero cada uno tiene un ritmo distinto de maduración, intereses diferentes y formas únicas de aprender. No todos los talentos son académicos, y eso no significa que sean menos valiosos. Hay niños con una sensibilidad artística especial, otros con un don para relacionarse con los demás, para resolver problemas, para cuidar, para inventar, para construir.
Reducir el valor de un niño a un boletín de notas es perder de vista todo lo que es y todo lo que puede llegar a ser. Vuestro trabajo como padres no es exigirles que cumplan vuestras expectativas, sino ayudarles a descubrir sus fortalezas, acompañar sus procesos y confiar en su capacidad para crecer.
Las notas escolares pueden ser una herramienta útil, pero nunca deben convertirse en la única medida del valor o del futuro de un niño. Lo verdaderamente importante es el camino: el esfuerzo, la actitud, la capacidad de superarse y la felicidad de aprender. Como padres, tenemos la oportunidad —y la responsabilidad— de ofrecer un acompañamiento respetuoso, que reconozca a vuestros hijos como personas únicas, valiosas y en continuo desarrollo.
Así que, cuando llegue el boletín, antes de mirar los números, míralo a los ojos y pregúntale cómo se siente. Escúchalo. Abrázalo. Y recuerda que lo más importante no es la nota que trae, sino la persona en la que se está convirtiendo.