Vivimos en una sociedad donde el tiempo es oro y con la sensación constante de que llegamos tarde a todos lado: Al trabajo, al colegio, a las actividades extraescolares, cumpleaños, médicos…Y vuestros hijos no siempre os ayudan, es más, complican estas situaciones y ante la prisa y la necesidad de una respuesta inminente de ellos, se termina recurriendo al grito como única forma de solución de la situación. Pero el grito no es ni puede ser la solución nunca.
María, como todas las tardes cuando termina de trabajar, se dirige al colegio a recoger a sus hijos para merendar en casa. Cuando llega a casa ve que el cuarto de su hijo está hecho un desastre, está todo por el suelo, la cama sin hacer, los juguetes tirados y la ropa encima de la silla formando una montaña que cada día se parece más al Teide. María, que es bastante organizada no soporta ver el cuarto así e inmediatamente le grita a su hijo, que tal como ha llegado se ha puesto a jugar a la PlayStation, que organice su cuarto. María, que anda con prisas porque tiene que llevar a la pequeña al entrenamiento de fútbol, ve desde su cuarto que su hijo no está recogiendo. Esto hace que se enfade y grite aún más fuerte para que recoja el cuarto, sin recibir respuesta alguna. Al pasar unos minutos, y al ver que sigue sin recogerlo y con las prisas de que no llegan al entrenamiento a la hora, vuelve a gritar con más fuerza, más enfadada y con la esperanza de que gritar más y más fuerte haga que su hijo recoja el cuarto.
Esta situación ficticia en los protagonistas, pero muy real en el día a día de
muchas familias describe a la perfección el funcionamiento de muchos padres
con sus hijos en situaciones en que el tiempo apremia, en momentos de
“desobediencia” de los hijos, en días en los que estáis alterados o incluso
cuando pensáis que el grito es la única vía de educación.
Los padres gritáis en la mayoría de los casos porque queréis que os hagan
caso, queréis que se hagan las cosas cómo queréis y cuándo queréis, y sino lo
hacen bajo vuestras condiciones os empezáis a alterar, porque pensáis que la
actitud de vuestros hijos es contra vosotros, y os lo tomáis como algo personal.
Al considerarlo personal, empezáis a pensar que os está retando y que la única
forma de mantener el “statu quo” es la superioridad física, el grito y la amenaza.
Porque además veis como tras un arrebato vuestro de fuertes gritos y amenazas o desprecios (porque cuando gritáis al final siempre termináis amenazando y/o despreciando) vuestros hijos se aplacan, agachan la cabeza y
ganáis. ¿Realmente ganáis? ¿realmente queréis ganar a vuestro hijo? ¿la relación con vuestro hijo se va a basar en ver quién gana a quién? si veis así la relación con ellos es fundamental que hagáis un cambio de enfoque.
Lo primero que tenéis que tener en cuenta, es que los niños cuando “desobedecen” no lo hacen con la intención de molestaros, lo hacen porque
son niños y los niños llevan siempre al límite las situaciones, para probar y ver
hasta donde son capaces de llegar los adultos y también ellos, ahí están
moldeando su concepto de autoridad, tanto extrínseco como intrínseco.
Cuando gritáis, puede ser que a primera instancia penséis que habéis
conseguido lo que queríais, y que vuestros hijos han aprendido a obedecer a
sus papás y mamás, pero la realidad es bien distinta. Al gritar los adultos, los
niños lo primero que aprenden es que los problemas se solucionan gritando,
que la forma adecuada de comunicarse es gritar, “si papá o mamá lo hacen,
por qué no lo voy a hacer yo”. Este comportamiento se generaliza, dándose en
el colegio, en el parque, en la calle…Una vez que han normalizado el grito es
mucho más fácil pasar a la agresión física, porque cuando gritáis estáis
agrediendo verbalmente a vuestros hijos.
El grito afecta y merma la autoestima, el grito siempre va acompañado de una
comunicación no verbal agresiva; tono de voz alto, tensión muscular, expresión
facial de enfado…esto le hace sentir no querido. Cuando el grito va junto a
insultos o desprecio, vuestros hijos se sienten aún más infelices e inútiles.
Los gritos como vía para solucionar las distintas adversidades que os van
planteando los niños crean un ambiente en la casa de hostilidad, irritabilidad y
un estado de alerta que puede desembocar en ansiedad y depresión.
¿Qué alternativas tenemos al grito?
Nunca tenéis que olvidar que sois el modelo a seguir de vuestros hijos, lo que
hacéis, ellos lo harán por imitación. Ante situaciones de estrés, agobio, o
incluso de enfado, tenéis que mostrar autocontrol, para que ellos vean que las
emociones se pueden controlar y gestionar, que no somos esclavos de ellas.
Antes de gritar, aunque parezca una tontería, tenéis que aseguraros que
realmente se ha enterado de lo que tiene que hacer.
Damos siempre por hecho
que los niños se enteran de todo, pero no es así, muchas veces no están
prestando atención, o simplemente no entienden lo que tienen que hacer y por
vergüenza callan. Cuando digáis las cosas a vuestros hijos decírselo
tranquilamente, enfrente de ellos y mirándolos a los ojos. Pero no os quedéis
solamente ahí, preguntarle qué es lo que habéis dicho, no le preguntéis si se
ha enterado, porque puede decir sí y no haberse enterado de nada, que os
repita con sus palabras lo que le habéis pedido.
En caso de desobediencia no hace falta gritar, ya hemos visto las
consecuencias tan nefastas que tiene el grito en vuestros hijos. Ellos tienen
que saber que existen unas normas en la casa y por ende unas consecuencias
que se tienen que cumplir (para saber más sobre esto, os recomiendo un
artículo ya escrito sobre las rabietas y cómo afrontarlas). Habiendo unas
normas y existiendo una coherencia en su cumplimiento junto con las
consecuencias os aseguro que no hará falta gritar.
Que vuestro hijo no quiere hacer lo que le habéis pedido, perfecto, no entréis en la discusión, le avisáis de las consecuencias de sus actos y si sigue con su actitud, sin vosotros alteraros (no olvidéis que sois su modelo a seguir) lleváis a cabo la consecuencia. Es fundamental que vuestros hijos sepan que los amáis incondicionalmente, a pesar de lo que hayan hecho y eso lo tienen que sentir y percibir también cuando han metido la pata, por eso hay que intentar corregir la conducta no su forma de ser. Es por eso que, en estos casos, donde os llevan al límite es cuando os tienen que ver más sereno y sin perder la paciencia. Por supuesto sé que esto es a veces difícil, que vuestros hijos muchas veces os llevan al límite, pero como siempre les digo a las familias con las que trabajo, elegir bien
los momentos en los que intervenir.