¿Escuchamos realmente a los niños?

Esta mañana me ha sucedido algo que, por desgracia, veo con demasiada frecuencia y que parece ser la tónica habitual en muchas casas. Es un problema que afecta a más familias de las que imaginamos y que, si no se aborda con la seriedad que merece, puede tener consecuencias negativas en el bienestar emocional de los niños y adolescentes.

Un adolescente me contó que estaba pasando por una mala racha, que cada vez se sentía más triste y desmotivado. Me dijo que sentía que no valía para nada y que le resultaba cada vez más difícil concentrarse, hasta el punto de que algunos días le era imposible ponerse a estudiar. Sus palabras reflejaban un gran malestar emocional.

Tras escucharle atentamente, le pregunté si alguien sabía cómo se sentía. Respondió que no. Volví a preguntarle por sus padres, si ellos eran conscientes de su situación o si consideraba contarles para que pudieran ayudarle en la medida de lo posible. Su respuesta volvió a ser negativa. Además, me dejó claro que el motivo era que sus padres no solían dar importancia a sus problemas, ya que los consideraban “cosas de la edad”. Aquellas palabras me dejaron un sabor amargo, porque es muy frecuente escucharlo en la consulta. Muchos jóvenes se sienten incomprendidos y no encuentran en sus familias el apoyo emocional que necesitan.

Esto no es la primera vez que lo escucho. Muchos adultos, tanto padres como profesores, restan importancia a lo que dicen los menores, creyendo que son cosas pasajeras, cosas sin importancia, tonterías de la edad. Sin embargo, lo que para un adulto puede parecer un problema trivial, para un niño o adolescente puede ser un obstáculo insuperable. Desvalorizar sus sentimientos puede generar en ellos una gran frustración, hacerles sentir que no tienen derecho a expresarse o que sus emociones no son válidas.

Puede parecer, y lo es, una auténtica barbaridad, pero es la realidad: nos encontramos con menores que no pueden hablar porque saben que no serán escuchados o, peor aún, que sus sentimientos serán menospreciados. No escuchar ni respetar los sentimientos de vuestros hijos o alumnos —porque aquí los profesores también juegan un papel importante— provoca que los menores se sientan despreciados, que crean que no valen, que no cuentan o, peor aún, que no existen. No validar sus emociones les hace sentir ignorados y desatendidos. Porque ser padre no solo implica cuidar de lo material, sino también de lo afectivo.

Restar importancia a las emociones y a los problemas de los niños es un ataque directo a su autoestima. Si papá y mamá, que son quienes más deberían valorarme y enseñarme a quererme, no le dan importancia a cómo me siento, ¿por qué iba a quererme yo? La autoestima se construye en gran medida a partir de la validación externa que recibimos, y si los niños crecen sintiéndose ignorados, es probable que en la adultez tengan dificultades para confiar en sí mismos y en sus emociones.

Además, esto provoca que vuestros hijos dejen de contaros sus problemas. ¿Para qué lo harían si, en lugar de sentirse mejor, acaban sintiéndose peor? Puede ocurrir que tampoco hablen con sus amigos, porque llegan a creer que a ellos tampoco les va a importar lo que les digan. Al final, terminarán guardándose todo y eso, con el tiempo, puede derivar en ansiedad, depresión y otros problemas emocionales. La comunicación con los hijos es fundamental para que se sientan comprendidos y apoyados. Un niño que se siente escuchado es un niño que aprende a gestionar sus emociones de manera saludable.

Por eso, cuando vuestros hijos os cuenten algo, cualquier problema, no le restéis importancia. Escuchadlos como si fuera lo más importante de vuestra vida, porque si para vuestro hijo lo es, también debería serlo para vosotros. Validad lo que sienten, que sepan que pueden contar con vosotros, que estáis ahí para lo que necesiten. Y si queréis opinar, preguntadles primero, porque cuando contamos un problema no siempre buscamos un consejo, a veces solo necesitamos desahogarnos. Un simple “te entiendo” o “estoy aquí para lo que necesites” puede hacer una gran diferencia en su vida.

No subestimemos el poder de la escucha y la comprensión. Acompañemos a nuestros niños y adolescentes en su camino emocional, porque de ello depende en gran parte su bienestar presente y futuro.

¿Escuchamos realmente a los niños?

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