Cada vez más adolescentes recurren a las autolesiones como una forma de aliviar un dolor emocional que no saben expresar de otro modo. Cortarse, arañarse, quemarse o golpearse no son intentos de llamar la atención, como a veces se piensa, sino señales de sufrimiento profundo. Son gestos silenciosos de quienes, en su interior, están pidiendo ayuda sin saber cómo hacerlo.
¿Por qué un adolescente se autolesiona?
Las autolesiones no surgen de la nada. Suelen aparecer en momentos de intenso malestar emocional, cuando el adolescente se siente desbordado por sentimientos de tristeza, culpa, rabia o vacío. En muchos casos, son jóvenes que no han aprendido a gestionar ni a expresar lo que sienten, o que sienten que no son comprendidos.
El dolor físico, por paradójico que parezca, puede convertirse en un modo de recuperar el control cuando todo lo demás parece caótico. Les permite “sentir algo” en medio de la desconexión emocional, o incluso “castigarse” por lo que creen haber hecho mal. Otros lo describen como una forma de liberar tensión o de “vaciar” por dentro lo que no pueden poner en palabras.
Además, el contexto actual no ayuda. Vivimos en una sociedad donde se premia la perfección, la imagen y la felicidad constante. Muchos adolescentes sienten que no pueden mostrarse vulnerables, que deben ser fuertes, productivos, alegres. Pero cuando la tristeza o la ansiedad aparecen, no saben cómo sostenerlas. Ahí, la autolesión aparece como una respuesta desesperada al malestar emocional, una forma de canalizar lo insoportable.
Cómo se sienten los adolescentes cuando se autolesionan
Detrás de cada herida hay una historia. No se trata solo del acto físico, sino de lo que hay detrás: una necesidad no atendida. Muchos adolescentes explican que, al hacerse daño, sienten una mezcla de alivio y culpa. Por un momento, el malestar se calma, el cuerpo duele más que el alma. Pero después llega la vergüenza, el miedo a ser descubiertos, la sensación de haber hecho algo “malo”.
No se autolesionan porque quieran morir, aunque a veces el límite entre el daño y la desesperanza puede ser delgado. Lo hacen porque quieren dejar de sufrir, no porque quieran dejar de vivir. Es un intento de supervivencia ante una realidad emocional que no saben manejar.
Por eso, cuando los padres descubren cortes o heridas, suelen quedarse paralizados, asustados, o incluso enfadados. Pero para ese hijo o hija, esa reacción puede aumentar el miedo y la culpa. No necesitan castigo ni reproche, necesitan comprensión, calma y acompañamiento.
¿Por qué lo ocultan?
El secreto forma parte del ciclo de la autolesión. La mayoría de adolescentes ocultan sus heridas con ropa, excusas o silencio. Lo hacen por vergüenza, por miedo al juicio o por temor a que sus padres o amigos los vean como un “problema”. A veces también porque temen que les quiten aquello que sienten que les ayuda a calmarse, por dañino que sea.
Detrás del ocultamiento hay un mensaje: “No me siento seguro para mostrar mi dolor”. Por eso, cuando un adolescente se autolesiona, más allá del gesto, lo que necesita es un entorno donde pueda sentirse visto y escuchado sin miedo a ser juzgado.
Qué pueden hacer los padres
Descubrir que un hijo se autolesiona es una de las experiencias más duras para cualquier madre o padre. La primera reacción suele ser la angustia, el enfado o la sensación de fracaso. Pero lo más importante es mantener la calma y no reaccionar desde el miedo.
- Escuchar sin juzgar. Lo más valioso que puede hacer un padre o madre es abrir un espacio de escucha genuina. No intentar dar soluciones rápidas ni minimizar el problema. Frases como “no entiendo por qué haces esto” o “tienes que parar” pueden cerrar el diálogo. En su lugar, conviene decir: “Sé que estás sufriendo y quiero entenderte”.
- Evitar la culpa. Culparse no ayuda, ni al adulto ni al adolescente. Las autolesiones no son un reflejo directo de una mala educación, sino de una necesidad emocional no resuelta. Lo importante ahora no es buscar culpables, sino caminos de acompañamiento.
- Ofrecer ayuda profesional. Las autolesiones requieren atención psicológica especializada. Un psicólogo puede ayudar al adolescente a entender lo que siente, encontrar formas más seguras de canalizar el malestar y trabajar las causas de fondo (como la ansiedad, la depresión o los traumas emocionales).
- Cuidar el entorno emocional. En casa es clave crear un ambiente donde se pueda hablar de lo que duele. No hace falta tener todas las respuestas, basta con mostrar interés, empatía y disponibilidad. Que el adolescente sienta que puede acudir a sus padres sin miedo a ser juzgado o castigado.
- Reforzar los recursos positivos. Fomentar actividades que ayuden a gestionar las emociones (como el deporte, el arte, la música, la escritura o la naturaleza) puede ser muy beneficioso. Pero sin imponerlos, sino acompañando en la búsqueda de aquello que le ayude a reconectarse consigo mismo.
Las autolesiones no son el problema en sí, sino la expresión visible de un dolor que necesita ser escuchado. Más que mirar las heridas del cuerpo, es necesario mirar las del alma: aquello que el adolescente no sabe cómo decir, aquello que calla detrás de una sonrisa o de un silencio.
El camino hacia la recuperación no es rápido, pero comienza con algo sencillo y profundamente humano: la presencia y la escucha. Porque cuando un adolescente siente que su dolor puede ser compartido, poco a poco deja de necesitar dañarse para hacerlo visible.